Por: Sebastián Acosta @ferrocarilero
Julio Cesar trabajando en su mesa verde. En el segundo cuadro superior, Julio Cesar con el reloj Orient. |
Metales diminutos y máquinas de reloj que no dan ni la hora, invaden una mesa verde ubicada en el ángulo más desordenado del triángulo escaleno en el que Julio Cesar García trabaja. No es problema para él, desde que no se vea el desorden por la vitrina, le da igual si las tuercas ruedan y los minuteros se esfuman.
En las paredes del triángulo hay unas puntillas viejas que sostienen siete relojes costosos. Solo uno, marca Orient, a diferencia de los demás tiene la hora exacta y campanea tan fuerte que da espacio al minuto de silencio, escuchando así, unos tambores que en realidad son el tic tac de los demás relojes.
Casi en el techo del triángulo, hay una pirámide que tiene el ojo de Horus en el centro, el mismo ojo que tiene Julio como escudo de cinco milímetros en sus elegantes vestidos, la insignia es color dorada y la rodean hojas metálicas de acacia.
Es misterioso con eso, sin embargo, mucha simbología que trata de esconder, sale a la luz en el desorden que tiene en el suelo. Hojas, libros filantrópicos, folletos de astrología y chacras son el tapete oculto de esa relojería ubicada en la última esquina del segundo piso del centro comercial de la calle 24 con carrera séptima.
Julio vive en un templo, trabaja en un templo y anda rodeado de templos. El triángulo donde trabaja es en el Terraza Pasteur, un centro comercial construido en 1987 por el masón Libardo Cuervo, un arquitecto que decidió construir simbología masónica para los Profanos, es decir, para los que no son masones. “Es para mí un sueño hecho realidad, entrar por las columnas griegas de la democracia, ver en el techo la pirámide de Keops y sentarme a trabajar en la trinidad escalena de mi relojería”, dice Julio con lentitud y aprecio. Lo único que le molesta es que el centro comercial haya sido un encargo a construir de Griselda Blanco, La Reina de la Coca. “Tal vez esa fue la mala suerte de este templo comercial”, expresa de nuevo, lento mientras mira los zapatos.
Para Julio, la vida se basa en la construcción y la arquitectura. No solo de cemento sino de pensamiento. “La palabra masón, significa constructor espiritual, es la palabra que más me ha costado aprender desde 1970 que fui iniciado”.
El siete de agosto de1970 siendo las tres de la tarde, en la carrera 13 con calle 24, una pierna se movía igual de lenta al minutero, era la pierna enferma de Crótata Londoño, el presidente de la corte Suprema de Justicia, quien al entrar a la relojería de Julio, no veía la hora entre todos los relojes de que se la arreglaran.
“No tengo como agradecerle señor García. Pero yo sí sé cómo doctor Crótatas. Quiero que me inicie en la muy respetable Gran Logia de Colombia”. Dijo Julio, recreando la escena. Sin embargo no todo fue tan fácil, dice Julio, pues no tenía el dinero necesario para pagar la iniciación. Costaba 30 mil pesos, que hoy serian tres millones de pesos, algo complicado para un relojero. Llamó de nuevo a Crótatas, quien era el Venerable Gran Maestro de la logia en su momento, es decir el grado 33° el más alto, y le dijo que era imposible ingresar porque no tenía dinero, y Crótatas inmediatamente lo pagó. Desde ese agosto de 1970 Julio César García hizo parte de los mil 800 masones iniciados de Bogotá y sigue siendo parte de los tres mil 200 actuales, según el informe anual de la Confederación Masónica Internacional.
“No sé cuánto más necesito para ser Dios, soy grado 18°, soy Soberano Caballero Rosacruz en mi respetable logia y todavía me falta por aprender. No es que lo quiera saber todo, sino que quiero curarme del cáncer de próstata que me tiene goteando los calzoncillos”, dice satíricamente.
Aunque a sus 82 años acepta estar rodeado de polos opuestos, como estar enfermo y saber curar a los demás y no poder con él mismo, también de ser masón y cura los domingos en la calle 27 con carrera cuarta, en una iglesia católica liberal, “en la que repudiamos el celibato”, dice Julio, quien es el último sacerdote de cuatro que eran en esa orden, y tal vez el ultimo símbolo vivo del Terraza Pasteur.
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