jueves, 5 de septiembre de 2013

Una discusión que desató el pulguero

       Por: Daniel Salazar Castellanos

El mercado de pulgas de San Alejo: un lugar en donde los objetos viajan al presente en la llamada máquina del tiempo bogotana 
 Los domingos en Bogotá son días en los que  el recuerdo emerge de las cenizas y los tesoros del pasado se desentierran. Los veteranos comerciantes se ubican en carpas carcomidas por la lluvia y el trajín. Ofrecen mercancía desempolvada que se vende hace más de 29 años, de los cuales 11 se la han pasado peregrinando de un lado al otro. En 1995 se establecieron en un parqueadero que se disfraza de anticuario una vez a la semana.

Justo en la carrera séptima con calle 24, en una larga avenida que recorre más de 200 cuadras de la ciudad, se encuentra el mercado de pulgas de San Alejo. Un lugar visitado por más de 40 mil personas en búsqueda de cosas curiosas y antiguas. Los objetos que se encuentran van desde un cristo del siglo XIX, hasta los primeros televisores que trajo el general Rojas Pinilla en la década del 50.

Un comercio que según compradores experimentados como Don Orlando Sáenz, “mantiene la esencia de las pulgas y contrasta con la frialdad y la carestía de los Toldos de San Pelayo”. Un mercado  ubicado en el barrio Usaquén al norte de la capital, rodeado por los modernos edificios bogotanos, las cadenas hoteleras, el centro comercial Santa Bárbara y restaurantes de lujo, en donde las personas suelen almorzar luego de recorrer el feriado. 
En las desgastadas carpas de San Alejo se refleja el paso de 
los años, la insolencia del clima  y el trajín de los trasteos.


Una experiencia que para los encopetados y con aires de grandeza equivale a un viaje por tierras excéntricas y remotas. Al contacto con las figuras del arte country estos personajes transforman sus rostros con expresiones de sorpresa y frenesí. Se detienen a examinar, miran extrañados y con rigor analizan  la simpleza de la artesanía. Un hecho que genera curiosidad y muchas veces risa en los extranjeros que no entienden la situación.

Visitantes como Doña Margot de Castro optan por venir a este lugar por motivos de “seguridad”, pues según recuerda el centro es un lugar “peligroso y sombrío”, una razón de peso que la cohíbe a ir a las pulgas de San Alejo, un mercado en el cual “solo se consigue basura”. Una afirmación que contrasta con la experiencia de los viejos catadores de mercancía de las pulgas del centro, como es el caso de Udo Siig Gerberson, un pintor Estoniano radicado en Bogotá que se ha topado a través de los años con verdaderos botines. Según cuenta, la suerte lo ayudó a descubrir  litografías firmadas por el mismísimo Manzur, y hasta un cuadro original del maestro Mantilla Caballero  que compró por 12 mil pesos sin saber su autor, ahora su pieza está avaluada por 10 millones.
Dos mercados existentes y una esencia que difiere en el sentido de conservar la tradición. Para algunos vendedores del centro, como Guillermo Rojas, “el comercio de Usaquén no debería considerarse de Pulgas, puesto que solo se dedican a la manufactura artesanal”, con lo cual se pierde el alma de estos lugares. El hecho de que todos los productos estén empacados en cajas nuevas y relucientes, hace que en San Alejo los cataloguen como vendedores comunes y corrientes.
El mercado de pulgas de San Pelayo está ubicado en Usaquén,
 un barrio que fue declarado en 1987 Monumento Nacional.
La definición tradicional de un mercado de estas características según explica un conocedor en el tema y visitante habitual como Udo, versado en el ambiente de San Telmo y los marché aux puces, consiste en la autenticidad y la originalidad de los productos. Los cuales en el mayor de los casos son piezas históricas y artefactos de difícil consecución para los coleccionistas y aficionados. Cualidades que contrastan con la oferta de San Pelayo en donde se exhiben productos recién salidos de fábrica. Sin embargo Fernando Torres, un vendedor de cuadros que reproducen las obras del famoso grafitero Banksi, dice que en Usaquén el mercado ha evolucionado a feria de arte, pues el nivel socioeconómico de los compradores y las demandas de los clientes  han obligado a que los más de 120 vendedores de la zona se adapten, con lo cual se modifica el concepto de lo que se entendía por pulgas.
Para los comerciantes de San Pelayo esta decisión tiene un componente económico. Trabajar en un sector con un mayor nivel de vida les genera más ingresos, desde su percepción un hipotético traslado al centro les haría perder dinero. Sin embargo, vendedores del centro como Juan Carlos, cuentan que “en muchas ocasiones las ventas han sido buenas". Como aquel día en el que vendió por 900 mil pesos un viejo carrito de juguete alemán de 1938.
Rodeados por los cerros bogotanos y la arquitectura del seminario, en San Pelayo
 más de 120 vendedores ofrecen su mercancía todos los domingos y días de fiesta.
Por ahora el dilema continúa,  la decisión del Concejo de Bogotá  en 2005  de declarar a los mercados de San Alejo y San Pelayo como Patrimonio de Interés Cultural y Turístico de la ciudad, sigue siendo el foco del debate que hace reflexionar a los vendedores acerca de la esencia de las pulgas, y el mérito que tiene el mercado de Usaquén al recibir esta denominación siendo una feria de arte.
Desde lejanías, don Manuel un vendedor de la comunidad de pulgueros del centro, invita a sus colegas de Usaquén a recuperar la esencia perdida. Sentado en su puesto de trabajo y rodeado por relojes de hace 100 años, microscopios franceses, cámaras polaroid y muebles isabelinos, considera que el éxito del oficio está en el esfuerzo de las más de 500 familias trabajando en favor de la tradición y no del dinero. Al pensar en la transformación de San Pelayo, tan solo puede guardar silencio, pensar un poco y responder: “cambiemos de tema que esa vaina me pone de malas pulgas”.


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