jueves, 8 de agosto de 2013

El califato de la novena: un pulso entre modernidad e historia


Por: Daniel Salazar Castellanos

Vista  de la carrera novena, en el centro de Bogotá: un lugar de sastres, de historias y viajeros.

Las fotografías de Bogotá en los años finales de los cincuenta y la década venidera del sesenta, en su mayoría mostraban personas con sombreros encintados, trajes elegantes y  zapatos lustrados. En estos tiempos la población de más de dos millones de habitantes solía vestir refinado y comprar en la carrera novena sus trajes. Tiendas que para aquel entonces “solían tener fama y prestigio” como lo contó a sus nietos  don Arístides Castellanos, quien fuese un fiel y reconocido comprador de esta zona.

En dicha época, “el país no figuraba como un lugar atractivo para el mundo” contaba el señor Castellanos, pues la afluencia de extranjeros era poca con respecto a otras repúblicas vecinas. Los relatos de los viejos libros  españoles de historia de la editorial Santillana, cuentan que en Argentina, por ejemplo, se acentuaron más de 6 millones de habitantes foráneos, mientras que en Colombia la cifra no era comparable ni con la de Chile, que contaba con una afluencia cercana a los 200 mil.

Según los registros del DANE, en los últimos 50 años el país nunca ha superado la cifra de los 170 mil extranjeros. La mayor oleada  migratoria fue en 1964, año en el cual arribaron 82 mil personas. A pesar de las cifras, serían estas mismas historias de gentes lejanas las que aguardarían por ser contadas, escondidas entre calles y tiendas.

En la carrera novena, una ruta prolongada y angosta como un riel, rodeada de edificios viejos y alimentados por el polvo, de restaurantes de comidas rápidas, del ajetreo de los oficinistas y el ritmo acelerado de los carros que llenan la calle de Smog, conviven historias  de inmigrantes árabes, escondidas tras unas viejas vitrinas de madera y unos maniquíes descoloridos y cubiertos de raspaduras. Comerciantes, negociantes y emprendedores de la venta de ropa que llegaron al país hace más de 40 años. 

Dib Dib: La historia de un pueblo inmigrante contada desde
un descendiente que se niega a acabar con la tradición.
Cansados de la situación política y la arbitrariedad del Imperio Otomano que dominaba sus tierras, los pioneros, llegaron por equivocación a finales del siglo XIX pensando en que habían topado la costa Norteamérica. Pese al error optaron por quedarse. Según cuenta Hassam Mohammed un árabe llegado a principios de 1970, como su familia “muchos buscaban una nueva vida, pues no había oportunidades de trabajo allá”. Con pasaporte falso asumieron rol de turcos, sin saber que este hecho los estereotiparía erróneamente de por vida, pues según relata Hassam, “aún existe el mito en Colombia  de que todos los que llegaron a la ciudad provenían del país euroasiático, según los clientes nosotros somos de Turquía”.
La segunda ola de viajeros  llegó en 1967 por la guerra de “los seis días de junio” que provocó un éxodo de medio millón de personas. Hassam Mohammed está en Colombia luego de este hecho. Sentado ahora en su gran tienda, recuerda cómo llegó a Bogotá sin un peso “para empezar de cero”. En una ciudad ajena y sin saber el idioma, “tuvo que vender telas puerta a puerta para poder sobrevivir”. Luego con sus ahorros y el esfuerzo del trabajo montó una tienda de trajes que perdura aún con el nombre de Pequeño París.

Este trabajo ancestral se ha visto amenazado por las nuevas tendencias y el auge de las grandes cadenas líderes ahora del mercado. Según el informe de la federación Nacional de comerciantes en 2012, las compras en los centros comerciales creció en  un gran porcentaje: 9,28%.  Una cifra que se conjuga con las cuantiosas ganancias del sector que oscilan en los 26 billones anuales. Estos indicadores, en comparación con la caída de la industria textil nacional que fue de  0,9%, y el número de desempleos  que hubo  a causa de la crisis en el sector que se estiman fueron 35.000,  contrastan con la situación de los comerciantes de esta zona.

Dib Dib un árabe que llegó en 1980 a Bogotá, recuerda ahora con nostalgia la historia de sus ancestros, “los pioneros”. Cuenta como sus padres poblaron la zona alta de Bogotá en barrios como: El Egipto, Jerusalén y Belén. Barrios cercanos al lugar donde se fundaron las tiendas de ropa. Una  época en la que él recuerda que “las ventas eran masivas y cuantiosas”, ahora todo luce un tanto solitario y los clientes parecen ser esporádicos. Las compras de las personas se remiten a los eventos especiales como las primeras comuniones o los bautizos, con lo cual la economía se ve afectada. Para Dib esta situación también responde al ingreso de la mercancía China, “la cual es mucho más económica y rentable para el consumidor”.

Un hecho que se ha visto manifestado en cifras, pues según Portafolio.co las importaciones de ropa de China corresponden a un 58 % de la manufactura que llega al país, sumado a esto el gobierno invierte cerca de 684 millones de dólares en traer confecciones del exterior que penetran el mercado interno de nuestro territorio.

La irregularidad de las ventas ha producido que los jóvenes descendientes de estos viejos maestros del oficio opten por irse y tomar nuevos rumbos para su vida, tal y como sucede con los hijos de Hassam, él cuenta que  “muchos muchachos, hijos de personas conocidas, han decidido irse a los Estados Unidos y Europa para estudiar”.

Resignado Hassam  explica que “los locales que en tiempos pasados eran atendidos por sus dueños, tristemente ahora están despidiendo cada día a más fundadores”. Según contaba don Arístides, “antes era posible encontrar un número cercano a las 40 tiendas, actualmente tan solo pueden contarse algunas”.  Un recorrido por la zona que comprende unos 20 locales, tan solo nos remite a 3 encuentros con árabes, los demás son empleados colombianos.  Como dice Marta, vendedora de la tienda Brunos Valente: “ni los árabes dueños del restaurante del frente se la pasan allá, todos se están yendo”.

Por ahora estas calles guardan recuerdos de personas que contribuyeron a la construcción de una ciudadanía diversa con más de 50 años de influencia. Con su partida paulatina se perderá una tradición auténtica y una rica historia que se cuenta en paralelo con la nuestra, una relación intrínseca, pues según Portafolio.co viven actualmente 1. 500. 000 colombianos descendientes de estos viajeros en el país.
La herencia del  buen vestir y los diseños de estos hombres, aguardan aún  bajo los estantes que vieron salir la ropa de miles de bogotanos desde 1960. Ciudadanos que usándola alimentaron una historia desconocida que emerge de esta tradición oral citadina, una historia que ahora corre el riesgo de perderse en el olvido y en esta batalla cara a cara  contra la modernidad. Una situación que como dice Dib en español fluido, “cada día se pone más dura”.

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