jueves, 22 de agosto de 2013

Un Vaticano en Bogotá

Por: Julián Celemin @julicelemin


Las costumbres y tradiciones en Colombia han tenido como discurso central, la importancia y dedicación a la religión católica. Por ende se puede decir que el país tiene arraigado este factor en su cultura, llevándola hasta el punto de establecerla como un elemento característico de la identidad nacional. Escapularios, biblias, milagros, el acto de comulgar, la lectura del evangelio y, sobre todo, la devoción hacia el Niño Jesús, han sido para los habitantes del 20 de Julio, algo esencial en sus vidas tomando a la iglesia como el espacio donde la Fe persiste.

La iglesia del 20 de Julio durante una misa dominical.

































La historia del surgimiento de la iglesia comenzó a darse en 1935 cuando el padre italiano Juan 
Del Rizzo, arribó a Colombia. Un sacerdote moderno en contraste con la época, hacia parte de la comunidad de los salesianos, los cuales habitaban el sector desde 1925 al tener el colegio Salesiano León XIII en el barrio. “Un hombre de porte elegante, inteligente, y entregado a la comunidad”, como dice Cecilia Sánchez, una habitante que a sus 90 años tuvo la fortuna de conocerlo, y que no ha sacado de su mente el recuerdo de ver al padre Rizzo buscando una ayuda diaria para los niños pobres. La presencia de él cambió el 20 de Julio, inculcándoles la solidaridad con los menos favorecidos.
Con la obra finalizada y la posterior inauguración en 1937, la fama en el sector fue inmediata debido a la asistencia masiva de la gente a las eucaristías. La fundación de la parroquia no sólo hizo del 20 de Julio un sector reconocido para la ciudad, además la convirtió en un factor vital para la creencia hacia el Divino Niño. Como lo dice el padre Luis Fernando Rivera “Con el tiempo, esta iglesia se volvió el lugar donde la gente viene a reconciliarse con Dios”.
El padre Rizzo fue aquel responsable en dar esta devoción. La señora Eva García, propietaria del almacén María Auxiliadora relata que, “la fe hacia el Divino Niño se comenzó a dar por los milagros en algunas personas, como por ejemplo en la sanación de enfermedades, las soluciones económicas, y también para pedir por la salud de algún familiar”. La razón de ver a la iglesia como un Vaticano en Bogotá, parte de la admiración que tenía el padre Juan del Rizzo por el niño Jesús de Praga. Sin embargo al ser esta una representación ligada a los padres Carmelitas él tomó como salida a un conflicto entre comunidades la búsqueda de otra imagen del Divino Niño, con el fin de fomentar su devoción a partir de la infancia que tuvo. El párroco Gabriel afirma, “el padre Rizzo se dirigió a un almacén que quedaba detrás de la catedral ubicado en la carrera sexta con calle quinta. Allí encontró dos imágenes del niño Jesús muy bonitas, pero con un pequeño detalle, que tenían la cruz. Él dijo que las compraba siempre y cuando se las quitaran porque no era justo que a un niño se la pusieran a cargar. Así comenzó la devoción aquí al niño Jesús”.
Su forma de vestir, con túnica rosada, cinturón verde, y los pies descalzos, era para el padre Rizzo una representación de los niños de Nazaret. “los milagros son de dios, fue él el que resucitó, pero es a través de la intermediación de la imagen que inspira ternura como todo niño, un amor, y compasión, que ha tocado los corazones de la gente”, cuenta el padre Rivera.
El Divino Niño, símbolo central de la parroquia del 20 de Julio.
Luis Eduardo Chala, un feligrés y sacristán de la parroquia, es considerado un milagro por la comunidad, ya que en 1986 sufrió un accidente de tránsito. Su moto se estrelló contra un bus, y lo dejó en un coma profundo debido a los fuertes golpes que tuvo en la cabeza. “Nunca me imaginé que iba a volver a la vida. Mi familia al vivir en el barrio San Blas, acudió a la iglesia con el fin de pedirle al Divino Niño que me despertara del coma, el cual me mantuvo dos meses en cama. Los médicos eran pesimistas, pero con la fe de mi familia pude despertar y recobrar mi conocimiento. Gracias al Divino Niño estoy vivo de milagro”.
De relatos como el de Luis Eduardo es que la iglesia se fue visualizando como un sitio en donde los milagros sí existían. Las grandes peregrinaciones llegaban con un motivo, conocer la catedral y al Niño Jesús. Esto permitió que el crecimiento de visitas al barrio fuera sorprendente. Aurora Montañez, jefe de comunicaciones de la iglesia del 20 de Julio cuenta, “las visitas que llegan los días domingos alcanzan las 25.000 y 30.000 personas. Ese es el número de volantes dominicales que imprimimos para darles a los que vienen. En celebraciones especiales como una Semana Santa pueden ser de 40.000, o 50.000 personas en el día”.  
Este barrio tradicional bogotano considerado por su gente como un símbolo de la devoción a Dios, ha guardado el legado que dejó el padre Juan del Rizzo como algo valioso, que hizo de la comunidad una familia, un escenario importante para los católicos. Sus calles guardan historias de testimonios milagrosos, de una construcción fiel y pasional hacia el Divino Niño que con el paso de los años sigue manteniendo a la iglesia del 20 de Julio como el Vaticano de los bogotanos.  




       


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