Por: Diego Cangrejo
El rock bogotano ha sido una excusa para mostrar los diferentes sonidos de la ciudad, una de las tantas visiones de Bogotá se representan a través de dos bandas que en los 80´s crecieron con sonidos muy propios pero que con el transcurrir del tiempo se han transformado en la voz del ser capitalino...
¿El rock puede describir a Bogotá?, esta música retrata una ciudad donde sus habitantes viven como si el espacio en donde les ha tocado vivir fuera el inadecuado, un contrariado laberinto de cemento, estratos y “pequeños” recorridos cotidianos, que invitan a escuchar los sonidos que registran la agresividad de sus calles, la insolidaridad e indiferencia, la naturalidad de sus habitantes o el “orgullo” por ser habitante de la ciudad.
1280 Almas Primer Álbum: Háblame de Horror, 1993
Foto: Concierto Radionica 2012, Fotografías cortesía: Daniel Rodríguez
El origen de estas bandas se remonta a finales de los años ochenta, en medio de un agitado momento político y social, el rock en Bogotá empezó a cobrar fuerza. Como lo cuenta Hernando López percusionista de 1280 Almas “Para ese tiempo La Candelaria estaba invadida por los bares y sitios de rumba que iban progresivamente convirtiendo una zona cultural en un sitio de parranda, pero al mismo tiempo surgió un sonido bogotano, auténtico, que en ocasiones se ha convertido en estigma”.
Pero si se habla de una banda que reúna en su ser el sentimiento y el sonido bogotano, hay que referirse a las 1280 Almas. Nacida en los corredores del colegio INEM de Kennedy, agrupó a unos adolescentes con idénticas inquietudes musicales e ideas políticas, quienes bajo la influencia innegable de Andrea Echeverri y sus Aterciopelados; representantes de uno de los sonidos característicos de la ciudad y hoy en día de Colombia, arrancaron un proyecto en el que se fusionaba el rock, el punk y la música popular colombiana, proyecto que se llamo “Delia y los Aminoácidos”, gen fundamental en la construcción del rock bogotano. Desde su aparición con su álbum Con el corazón en la mano esta banda ha impulsado la convivencia, la tolerancia, la inclusión y el amor por esta urbe de siete millones de habitantes.
Sin embargo, Como cuenta López “no todos le entramos al juego del éxito, de las grandes giras, de las entrevistas medio mongoloides en los programas de la mañana”. A pesar de haber grabado con BMG y haberse comprometido a sacar tres álbumes, se apartaron de toda gloria y fortuna, se negaron a dejarse patear los cuartos traseros por la chabacanería del mercado y se convirtieron en el sonido del rock bogotano, en su actitud, en la banda sonora de ese sentimiento extraño que nadie conocía: el amor por Bogotá. Una palabra, un grito, una marca de estilo de Las Almas que se tradujo en algo irrefrenable en los rockeros bogotanos: ¡Alegría!
Así, después de veintiún años de ires y venires, de giras mundiales, nacionales y locales, los sonidos del rock bogotano siguen ahí, haciéndole propaganda a la tolerancia, al respeto, a la inclusión y la convivencia. Como en 2005, en el teatro al aire libre de La Media Torta cuando las Almas convocaron a unos cientos de cuarentones, por encima de las bandas invitadas, les recordaron quiénes somos y qué es lo que hay que cuidar. Como La Derecha que, aún siendo parte de una campaña publicitaria, puso al abarrotado estadio El Campín a corear su rock, logrando que el bogotano ame a su ciudad y se reconozca en la diferencia conviviendo uno al lado del otro.
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